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Para alcanzar lo divino de la naturaleza es necesario un mediador. Podemos asombrarnos ante la sabiduría, belleza y sublimación de la naturaleza, podemos experimentarla como creación, pero no podemos tener una experiencia inmediata de lo divino por medio de sus entidades y seres, puesto que la naturaleza sigue sus propias leyes racionales y comprensibles. Cuando estas leyes entran en funcionamiento, no puede haber ninguna otra fuerza moral en funcionamiento al mismo tiempo. La búsqueda de la caridad y la misericordia en la naturaleza es en vano. (Si se pueden o no establecer puentes entre el mundo físico y el mundo espiritual es una buena pregunta, y de hecho Rudolf Steiner la llama “la cuestión esencial”. Sin embargo, este sería otro tema que no pretendemos abordar en este artículo.)
Las fuerzas morales se ponen en marcha cada vez que las personas interactúan. La benevolencia, el perdón y el amor sólo se pueden experimentar entre la gente, nunca en la naturaleza, y dichas fuerzas se asocian con lo divino. Lo divino sólo puede manifestarse en el mundo a través del alma humana. En su estado más puro, un encuentro entre personas es una experiencia religiosa. El hecho de que el mal también accede al mundo de la misma forma no desmiente la teoría, sino que demuestra que el paraíso y el infierno sólo pueden entrar en el mundo por medio del alma de alguien, y sólo de este modo cobran realidad.
Mientras las creencias religiosas se basen en testimonios y, por lo tanto, postulen un cierto contenido religioso, serán siempre y sin excepción alguna aspectos parciales de una fe universal. Si lo que buscamos es la única fe legítima y verdadera, en el sentido de creencias religiosas testimoniales, la única respuesta posible es, en palabras de Schiller: “La historia del mundo es el juicio del mundo.”
Para un niño pequeño, la distinción entre las leyes de la naturaleza y la moralidad no es real. El niño vive sintiendo que el mundo y la naturaleza son creaciones divinas, y con razón. He aquí una noción religiosa básica del niño para con el mundo. En este sentido, es fácil sembrar el agradecimiento en el alma del niño. La tarea del maestro que acompaña alumnos entre los siete y los catorce años es despertar amor en el niño; amor en el sentido más genérico, un amor sustentado sobre las bases del agradecimiento. Tomando como base el agradecimiento y el amor, el niño desarrolla un sentido del deber en su alma, el deber de actuar moralmente en el mundo. Dicho sentido del deber no se puede imponer. Rudolf Steiner llama este tipo de imposición equivocada y generalizada el “Imperativo de la estufa”: “Eres una estufa, tu función es calentar, ¡calienta pues!” (i) La estufa no puede cumplir una orden como ésta. Pero si cargamos la estufa de combustible y la encendemos, entonces desempeñará su función automáticamente. Del mismo modo, no podemos ordenarle a un ser humano que actúe religiosa o moralmente. No obstante, podemos proveer el combustible de agradecimiento y de amor, colocarlo en el niño y, como si dijéramos, encenderlo. Así, el sentido del deber moral se desarrolla con normalidad en las profundidades de la individualidad humana. Esto ocurre cuando el ser humano poco a poco toma conciencia de la separación entre las leyes naturales y la moralidad. La gratitud y el amor son las dos fuerzas arraigadas e inherentes al ser humano. Nos permiten superar la separación mencionada anteriormente y por lo tanto buscar la experiencia inmediata de lo divino ya no en la naturaleza sino en los seres humanos. No hacer este paso es la causa de la muerte progresiva del sentimiento religioso en el alma o de la vivencia de la religión como una celebración, lo cual no tiene nada que ver con la vida diaria.
Si nos centramos en los dogmas y los testimonios religiosos pronto caeremos en posturas irreconciliables. Pero en el enfoque descrito anteriormente yace la clave para encontrar la paz en el ámbito de las cuestiones religiosas.
Este enfoque es fundamental para las escuelas Waldorf porque permite que cada escuela en cada contexto cultural implemente el concepto pedagógico de nuestro movimiento escolar a su manera. Al mismo tiempo, permite atender las creencias religiosas. Atender la religión es indispensable en el marco de nuestro concepto pedagógico y es realmente muy enriquecedor que cada cultura la implemente según su propia manera de entenderla.
Traducido por Montserrat Babí
Stefan Grosse es miembro del consejo de la Asociación Alemana Waldorf Steiner. Desde 1984 ha sido maestro tutor en Esslingen (Alemania); desde el 1986 también enseña religión. Además, es miembro del comité alemán e internacional para la enseñanza de la religión en las escuelas Waldorf Steiner.
(i) Rudolf Steiner, conferencia del 12 de marzo de 1908, GA 56.