Cuando era niño solía quedarme de pie fuera de la casa de mi abuela, en la acera de una concurrida calle de Acton, un barrio de Londres, anotando las matrículas de los coches y los camiones que zumbaban al pasar. Durante horas, llenaba con avidez páginas y páginas de letras y números, sin pensar jamás en la mera insignificancia de este ejercicio.
Algunos días, la hija de un vecino de aproximadamente mi edad se juntaba conmigo en la curva y, los dos, seguíamos el ruidoso tráfico. Ella, no obstante, prefería observar las formas de los coches más que transcribir los números identificativos de los mismos.
Años más tarde, como docente universitario y posteriormente de secundaria, aprendí a través de estudios empíricos que, al ir descubriendo las matemáticas, los niños a menudo se orientan fácilmente hacia el álgebra y las niñas hacia la geometría. Éste no es más que uno de los muchos ejemplos que ilustran las diferencias entre cómo aprenden las niñas y los niños. Estos estudios han reforzado el argumento de que, al menos en los años de la pubertad y la adolescencia, se debería educar a los dos géneros en escuelas separadas, y existen algunas evidencias como para sugerir que los chicos y las chicas aprenden más rápidamente determinadas habilidades si están en instituciones de un sólo género. En efecto, hasta bien entrado el siglo veinte, la segregación por géneros era la norma en educación, como en muchas otras instituciones culturales y prácticas.
Así que aún más radical fue Rudolf Steiner cuando, al crear el primer Colegio Waldorf de las cenizas de la Primera Guerra Mundial, planteó que niños y niñas debían compartir las clases a lo largo de los 12 ó 13 años de su educación elemental y secundaria. Más radical fue todavía su insistencia en que ambos géneros aprendieran las mismas habilidades: los niños debían aprender a hacer punto y a tejer, las niñas a construir máquinas y a estudiar parcelas de tierra. Ambos géneros debían ser instruidos en primeros auxilios e higiene. Lejos de aprender con mayor eficiencia estando separados, argumentaba, los niños y las niñas podían realmente aprender los unos de los otros a través del ejemplo, especialmente durante los años de la adolescencia.
No obstante, el motivo de peso por el que Steiner promovía la coeducación era ayudar a los dos géneros a alcanzar un cierto equilibro modificando en cada uno los excesos de lo que él llamó el “gamberrismo” adolescente de los chicos y la “coquetería” adolescente de las chicas (i).
Este motivo apunta una de las ideas clave de Rudolf Steiner sobre los misterios de la sexualidad humana y subyace un principio central de la pedagogía Waldorf: si bien como seres humanos somos esencialmente completos, a medida que crecemos y nos desarrollamos tenemos la tendencia a convertirnos en unilaterales. La educación ayuda a enderezar este desequilibrio.
En los inicios más tempranos del desarrollo embrionario prenatal, en efecto, desarrollamos los rudimentos de ambos géneros, pese a nuestra configuración genética, y de este modo preservamos cierta totalidad. Sin embargo, en algún momento, generalmente hacia la séptima semana, es como si se tomara una decisión, y en cada uno de nosotros se continúan desarrollando típicamente los órganos sexuales de un género mientras que el del otro se detiene. Y a pesar de que nuestros órganos sexuales están, por supuesto, presentes ya desde antes de nacer, durante algunos años resulta sin embargo difícil distinguir el género de los niños pequeños, especialmente si visten ropa neutra.
La situación cambia rápidamente con el advenimiento de la pubertad. De hecho, los dos géneros no son más distintos (físicamente y también psicológicamente) en ningún otro momento de la vida como en la adolescencia y la primera adultez, incluso si casi todos lucen el mismo atuendo, los vaqueros y camiseta habituales. (ii)
Rudolf Steiner describe la explosión virtual de la chica, la implosión del chico a esta edad como expresiones externas de cambios internos profundos. Y pasarán algunos años hasta que estos extremos empiecen a moderarse.
En efecto, uno podría decir que como adultos no es hasta nuestros años de decadencia que volvemos a reorientarnos hacia el estado más andrógino del cual provenimos. Basta con andar detrás de una pareja de ancianos arrastrando los pies calle abajo y preguntarse: ¿Quién es la mujer, quién es el hombre? Uno parece haber perdido el perfil anguloso de su juventud y empieza a ser menos musculoso, más redondeado, con una voz más suave y aflautada; la otra ha perdido el perfil más curvilíneo de su figura juvenil y cada vez es más canosa, tal vez le sale vello sobre el labio o en la barbilla y su tono de voz baja.
Si consideramos en su totalidad la cuidadosa y detallada atención de Steiner a las necesidades de los niños y las niñas a medida que van creciendo y se acercan a la pubertad, un umbral que él llama Erdenreife (literalmente “madurez de la tierra”), resulta sorprendente la poca atención que, al menos hasta hace poco, han dedicado los colegios Waldorf específicamente al tema de la sexualidad humana. Ello se puso claramente de manifiesto en un taller de maestros y médicos Waldorf que tuvo lugar durante la Conferencia Kolisko de 2002, un congreso mundial para educadores y profesionales médicos que lleva el nombre de Eugen Kolisko, el médico escolar del primer colegio Waldorf de Stuttgart. Los participantes que informaron de una clase específica sobre sexualidad humana en su escuela fueron una clara minoría, y el currículo que describieron había sido extraído en gran medida de los programas de las escuelas públicas.
Así pues, acabado el taller, se promulgó una resolución para concienciar acerca de esta carencia y para juntar recursos sobre cómo enseñar sexualidad humana a partir de la imagen antroposófica del conjunto del ser humano. Un primer resultado fue una colección de artículos compilado por Bart Maris, un ginecólogo homeopático, y Michael Zech, un profesor Waldorf de secundaria, bajo el título Sexualkunde in der Waldorfpaedagogik (Stuttgart: Edition Waldorf, 2006). Actualmente se está elaborando una versión en lengua inglesa de este libro a partir, en parte, de la edición alemana y en parte de nuevo material.
Para no generar falsas expectativas, de entrada, cabe decir claramente que ni la colección de ensayos alemana ni la inglesa se han compilado con la intención de ofrecer un único currículo, y mucho menos guiones para las clases. La intención era más bien la de reunir material de un amplio abanico de educadores y profesionales de la salud inspirados por la antroposofía que estimulara a los maestros y docentes a desarrollar su propio currículo a partir de la concepción antroposófica de la materia.
Pese a que los colegios Waldorf pueden haber sido lentos a la hora de formular currículos específicos sobre sexualidad humana argumentando que buena parte del currículo existente logra este objetivo por otros medio, el mismo Rudolf Steiner fue extraordinariamente abierto para su época sobre el sexo y cómo enseñar sexualidad humana. Por un lado, desdeñaba el enfoque convencional de la educación sexual, que, él creía, ignoraba el significado más profundo de este tema. “El discurso preponderante hoy día sobre instrucción sexual”, dijo al primer grupo de maestros Waldorf poco antes de abrir su primera escuela Waldorf en Septiembre de 1919, “es casi absurdo.” (iii)
En cambio, procuró integrar el tema de la sexualidad en un contexto más amplio de los estudios de ciencias naturales, empezando con los reinos mineral y vegetal, luego con los años, pasando hacia el reino animal y culminando en la séptima clase con la psicología humana. En otras palabras, ya desde los inicios vio la necesidad de ubicar este tema en un contexto lo más amplio posible del crecimiento y el desarrollo. (iv)
Pero además, en observaciones repartidas a lo largo de sus conferencias, Steiner expone una imagen radical de la sexualidad y de su misión para el desarrollo físico, psicológico y espiritual del ser humano. (v)
Esta imagen abarca, tal y como lo hace gran parte de su cosmología, imágenes muy antiguas en las que los seres humanos disfrutaban de una andrógina primigenia que aún hoy guardamos en los días y semanas más tempranos de la gestación embrionaria. Estos inicios hermafroditas ancestrales se pueden atisbar, por ejemplo, en representaciones de las figuras mitológicas griegas y egipcias más antiguas. En el antiguo Egipto, los más antiguos de los dioses primigenios, por ejemplo, Hapi, el dios del río, quien sostiene dos jarras de las que manan las fuentes gemelas del Nilo, son representados como si fueran hombre y mujer a la vez. Asimismo, el dios más antiguo de la Grecia Antigua aparece como macho-hembra; incluso al todopoderoso Zeus se le dibuja como si fuera bigénero en algunas de las representaciones más antiguas.
Describiendo los enigmas de la sexualidad, Steiner señala el más profundo de los misterios: a saber, que los aspectos más físicos y corporales de nuestra naturaleza esconden nuestras capacidades más nobles y espirituales. ¿Cuáles son estas capacidades? Son esencialmente dos. Por un lado, está la capacidad de metamorfosis. Experimentamos esta capacidad casi de forma inmediata, aunque indirectamente en su mayor parte, en nuestros órganos de digestión y metabolismo, que no solamente descomponen lo que hemos comido sino que lo aniquilan de modo que podemos construir nuestra propia sustancia. Tal y como le gustaba decir a uno de mis profesores, “No eres lo que comes; ¡eres lo que has destruido de aquello que has comido!” Lo que no puedes destruir, lo excretas o, en casos especiales, lo almacenas en huecos escondidos de tu cuerpo, normalmente en las células adiposas (por ejemplo la radiación o los ingredientes químicos activos de los medicamentos psicotrópicos, como el THC en la marihuana). Si tenemos en cuenta que los órganos sexuales forman parte de las funciones metabólicas del cuerpo humano, ejercitamos estas capacidades de metamorfosis en la creación de cada nuevo bebé. Si bien recibe su herencia genética de una larga línea de ancestros, el bebé no es en ningún caso una mera combinación de sus padres. Especialmente hoy día lo vemos en los jóvenes bajo la convicción, que sentimos poderosamente también nosotros mismos: ¡soy mi propia persona!
La otra capacidad que vincula nuestros aspectos más noblemente espirituales de la conciencia con nuestra naturaleza sexual es la capacidad de concebir: como en cualquier acto creativo, ambos contienen el potencial de crear de cero, ya sea físicamente en el acto de la unión sexual o metafísicamente en el acto de pensar.
En resumen, cualquier currículo sobre sexualidad debe tener en cuenta no sólo los niveles físicos sino también los metafísicos (es decir, el psicológico y el espiritual) del ser humano. De ignorar o descartar cualquiera de estos niveles, es posible que la educación de la sexualidad humana exacerbe la unilateralidad; unilateralidad que estamos equipados para sanar. En los potentes poderes de la metamorfosis y de la concepción, los reinos físicos y metafísicos, inicialmente desgajados del ser humano al nacer y que alcanzan un punto de crisis en la adolescencia, encuentran la posibilidad de volverse a reunir.
Por consiguiente, hay dos preguntas simples pero fundamentales que cualquier programa completo sobre sexualidad humana debe plantear, aunque sugeriría que se planteasen desde los tres niveles de la naturaleza humana (físico, psicológico y espiritual) puesto que en cada nivel la respuesta a estas preguntas será diferente. En otras palabras, las siguientes dos preguntas generales pueden sentar las bases de la planificación y evaluación de cualquier programa de educación sexual humana:
a) ¿Cuál es la finalidad o el resultado deseado de un curso sobre cómo enseñar sexualidad humana?
b) ¿Cuál debería ser el método o enfoque para cumplir con este propósito?
Planteémonos estas dos cuestiones desde el nivel del desarrollo físico, psicológico y espiritual del ser humano.
Douglas Gerwin, Doctor en Filosofía (Ph.D.), ha sido profesor de historia, literatura, alemán, música y ciencias naturales en aulas Waldorf de secundaria y bachillerato durante los últimos 35 años. Como Director del Centro de Antroposofía divide su tiempo entre la formación de adultos y de adolescentes, y también es mentor de escuelas Waldorf en toda Norteamérica. Ex alumno Waldorf, Douglas es el fundador del Programa de Formación de Profesores Waldorf de Secundaria y Bachillerato en el Centro, además de Director Ejecutivo del Instituto de Investigación para la Educación Waldorf. Es autor de muchos artículos sobre educación y antroposofía, además de editor de seis libros sobre la pedagogía Waldorf. Actualmente vive en Amherst, Massachusetts, con su esposa Connie, profesora de matemáticas de secundaria en una escuela Waldorf.
Traducido por Mercè Amat
Notas:
i Steiner, R. (1996) Education for Adolescence, CW 302. Anthroposophic Press, Hudson NY. Conferencia V, Stuttgart, 16 de junio de 1921.
ii Incluso cuando se visten igual, las diferencias son evidentes: las chicas generalmente llevan una parte superior con cuello en V y la inferior bien ceñida; los chicos generalmente llevan una parte superior de cuello redondo y pantalones tan holgados que corren el peligro de sucumbir a la fuerza de la gravedad.
iii Steiner, R. (1975) Study of Man. Rudolf Steiner Press. London, p. 186. Conferencia XIV, 5 de septiembre de 1919. (Edición disponible en español: ver El estudio del hombre como base de la pedagogía. Editorial Rudolf Steiner, 2000. N.d.T)
iv Véase el epílogo de la colección de ensayos de la que se ha extraído este artículo para obtener un breve resumen de las ideas de Steiner entorno a la sexualidad: Trailing Clouds of Glory: Essays on Human Sexuality and the Education of Youth in Waldorf Schools. Waldorf Publications, 2014 (edición no disponible en español. N. d. T.).
v Muchas de estas referencias bibliográficas han sido compiladas magistralmente por Margaret Joans en una nueva colección de los comentarios de Steiner sobre sexualidad titulada Sexuality, Love and Partnership: From the Perspective of Spiritual Science. Rudolf Steiner Press, Forest Row, Sussex, 2011 (edición no disponible en español. N. d. T.).