Nota del traductor: La palabra clave de este artículo en la versión original es “wonder”, cuya traducción es asombro, pero es un asombro que debe llevar ligada una curiosidad hacia el objeto de dicho asombro, no un simple asombro pasivo.
La emoción más hermosa y más profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico. Es el legado de toda ciencia verdadera. Aquel al que su emoción le es desconocida, que ya no se pregunta ni está en estática reverencia, vale tanto como si estuviera muerto. Tener el conocimiento y el sentimiento de que lo que es impenetrable para nosotros realmente existe, que se manifiesta en la suprema sabiduría y en la más radiante belleza que nuestras torpes facultades sólo pueden comprender en sus formas más primitivas, está en el centro de toda verdadera religiosidad.
-Albert Einstein
El asombro en la Edad Antigua y hasta el siglo XVII
La antigua civilización griega tenía claros sus objetivos educativos. La base de todo aprendizaje era el asombro; de no ser así, no habría otra motivación para investigar. En los primeros años de la educación de un niño se desarrollaban la poesía, la música y el movimiento para que en la madurez se pudieran comprender las matemáticas y la filosofía. Para guiar la vida social, los líderes religiosos instruían en la moralidad a través de los grandes dramas de Eurípides, Esquilo y Sófocles.
El matemático y filósofo del siglo XVII René Descartes consideraba el asombro como una experiencia humana universal. Para Descartes, la importancia del asombro tenía un sentido más intelectual que religioso1. El asombro llevaba a la gente a estudiar objetos hasta que fueran familiares y comprensibles. Esta es la razón por la que el asombro era un sentimiento que debían poseer los científicos que se encargaban de observar los fenómenos naturales.
Un descubrimiento sorprendente
Robert Boyle, físico y químico británico, por ejemplo, decidió hacer una observación de los fósforos naturales y artificiales; en su estudio incluyó no solo exóticos diamantes y piedras preciosas, sino también sustancias menos elegantes como carne y pescado en proceso de descomposición e incluso un destilado de orina humana. Una noche, su criado descubrió en la alacena un trozo de una pata de ternera en descomposición que emitía un brillo verdoso; llamó a Boyle, que trabajó toda la noche haciendo un registro del color y la intensidad de la luz que emanaba de cada parte de la carne. Boyle sacó toda su energía del asombro que le provocaba el fenómeno que estaba estudiando. Muchos descubrimientos científicos de aquella época tuvieron su raíz en el asombro y la observación meticulosa.
El asombro en el siglo XVIII
Durante el siglo XVIII, los cambios religiosos y sociales hicieron que el asombro fuera una característica asociada a los simples y los crédulos. El asombro pasó a ser algo frívolo utilizado por los magos. Se acabó con el valor del asombro como la base de toda indagación científica. Se creó un gran descontento entre los intelectuales cuando, sin criterio, los clérigos, los curanderos y los políticos revolucionarios aseguraban que las maravillas de la naturaleza como cometas o lluvias de estrellas eran señales de la intervención divina. Se empezó a asociar el asombro con la ignorancia y el mal gusto, y los intelectuales cultivaron un pensamiento cada vez más materialista.
La actualidad: un punto clave
Nos hallamos en un punto clave. Históricamente era necesario que el pensamiento pasara por la fase del materialismo. Hemos llegado al punto más bajo, y algunos de los síntomas que podemos observar en las escuelas son apatía e incidentes violentos. Estamos en el proceso de apagar la cualidad de la empatía del mismo modo que se apaga una vela, y esto conduce a la apatía, o a la indiferencia, que son los enemigos últimos de la educación. El antídoto contra la apatía es trabajar la empatía y la gratitud al tiempo que permitimos que los estudiantes vivencien el asombro en el mundo natural. La gratitud hace que nos centremos en lo que está fuera de nosotros. La ingratitud causa distanciamiento, corta nuestros lazos con el mundo. El nuevo milenio busca urgentemente ideas novedosas para la enseñanza de las ciencias, las almas de nuestros jóvenes piden ser encendidas con pasión creativa.
La gratitud es una disposición interior para ver las maravillas del mundo que nos rodea, para reconocer tantas cosas buenas que se nos han concedido y para deleitarnos con la belleza y la bondad de todo lo que nos ha sido otorgado. La empatía hace que un individuo se una con otros, compartiendo sus experiencias y creando así una nueva comunidad. La gratitud es a la vez un estímulo para el aprendizaje y un derivado de este. El camino intelectual empieza exactamente en el mismo lugar que la virtud de la gratitud, es decir, en el asombro: asombro hacia lo desconocido, apreciar con reverencia los misterios que nos rodean. El niño preescolar pregunta cosas del tipo “¿por qué las flores son de colores? ¿Por qué el cielo es azul?”. Los alumnos mayores se preguntan “¿por qué la música anima mi alma y mi espíritu? ¿Por qué un cuadro me toca en lo más profundo de mi ser?”. Los maestros deben avivar esa chispa de “asombro” dándoles conocimiento a los estudiantes. Los alumnos necesitan formar parte de una ciencia participativa. Descubrir conceptos no extingue el asombro, más bien lo aviva, lo intensifica y lo eleva a otro nivel.
El maestro debe inspirar a los estudiantes a través de biografías de hombres y mujeres que vieron la vida como un regalo y que lucharon contra las adversidades para alcanzar sus metas. Necesitamos compartir historias de personas que han tenido orígenes humildes pero que han logrado grandes cosas. Necesitamos contar relatos de aquellos que han vivido en la abundancia y, aun así, sintieron la necesidad de compartir con los demás. Deberíamos poner énfasis en las vidas y las obras de aquellas personas que han elegido devolver cosas a la humanidad, ser fieles guardianes de la tierra y de sus congéneres.
Tenemos la obligación de salir de los modelos materialistas estancos y crear imágenes interiores vivas que sirvan de apoyo a los estudiantes durante toda su vida. Por ejemplo, en astronomía podríamos preguntar a los estudiantes cuántas estrellas creen que pueden ver desde una colina en una noche oscura. Tras recoger sus respuestas, podríamos preguntarles cuántos granos de arena tienen en la mano cuando cogen un puñado de arena en la playa. Puede que les sorprenda saber que la respuesta es diez mil granos. Es aproximadamente el mismo número de estrellas que se pueden ver a plena vista en una noche oscura; sin embargo, hay tantas estrellas en el cielo como granos de arena en la tierra.
Caminar por el Sistema Solar
También podríamos tomar un ejemplo del libro “Earthsearch”2, de John Cassidy. El autor nos insta a que busquemos un espacio abierto muy amplio y coloquemos un balón de fútbol en el centro representando al sol. Después, nos pide que demos 10 pasos en línea recta y pinchemos un alfiler en el suelo. La cabeza del alfiler representa al planeta Mercurio, después caminamos 9 pasos más y colocamos un grano de pimienta que representa a Venus. Damos otros 7 pasos y colocamos otro grano de pimienta que representará a la Tierra. A una pulgada (2,54 cm) de la tierra, otro alfiler representará a la Luna. Caminamos 14 pasos y situamos otro grano de pimienta para que haga de Marte, después, 95 pasos hasta Júpiter, y esta vez colocamos una pelota de ping-pong. Caminamos otros 112 pasos y colocamos una canica que representa a Saturno.
Una vez hecho esto, nos pregunta: “¿Cuánto tendríamos que caminar para llegar a Próxima Centauri, que es la siguiente estrella?” El autor nos dice que cojamos otro balón de fútbol para que haga las veces de dicha estrella y nos preparemos para dar un paseo de 4.200 millas (6759 kilómetros). Y si queréis llegar a la galaxia más cercana, Andrómeda, ¡que ni se os pase por la cabeza!
Estos dos ejercicios seguirán con cada uno de los estudiantes para siempre. Crean una imagen duradera en el alma y los abren a la inmensidad de la vida. Llaman al asombro.
La enseñanza de las ciencias necesita utilizar nuevas técnicas basadas en la sabiduría antigua. Para ello hay que poder combinar tres objetivos, a saber; avivar las llamas de la imaginación, serenar el alma para que pueda oír la inspiración, y presentar el material de forma que se puedan vivenciar verdades intuitivas. Al hacer esto estamos atendiendo tanto al contenido como a la persona. Ayudamos a que los estudiantes salgan de la apatía y vayan hacia el asombro, del asombro al conocimiento y del conocimiento a la gratitud.
Nuestros más sinceros agradecimientos al “Research Institute for Waldorf Education” por la cesión de este artículo.
Este artículo es un extracto del último libro de David Mitchell, The Wonders of Waldorf Chemistry, publicado recientemente por la Asociación de Escuelas Waldorf de Norteamérica.
David Mitchell fue maestro durante más de treinta años en Escuelas Waldorf en Inglaterra, Noruega, y Estados Unidos. Colaboró en la fundación de la Escuela Waldorf Pine Hill en Wilton, New Hampsire, y de la Escuela Secundaria Waldorf Shining Mountain en Boulder, Colorado. También formó parte de la implantación del Programa de Formación de Maestros en la New England's Graduate School of Education de Antioch.
En 1998 se le concedió el premio al Maestro del Año de la Corporación AMGEN. También trabajó como Presidente de publicaciones de la Asociación de Escuelas Waldorf de Norte América, y fue miembro del comité de dirección de AWSNA. David falleció en Junio de 2012.
Traducción: Alberto Caballero
1Véase “Wonder, the Rainbow and the Aesthetics of Rare Experiences”, de Philip Fisher, Cambridge, MA: Harvard University Press, 1999.
2Veáse “Earthsearch”, de John Cassidy, Palo Alto, CA: Klutz Inc., 1994