La perspectiva espiritual o del ser inmortal
En los años sesenta, estaba de moda entre educadores hablar de “educación libre de valores”, tal vez porque deseaban instruir a niños y adolescentes sin inculcarles los valores y costumbres de generaciones anteriores. A estas alturas, en general, todos hemos acabado reconociendo que la educación, por naturaleza, está cargada de valores explícitos e implícitos y no podemos dejar la educación limpia de valores, del mismo modo que no podemos dejar el aire limpio de oxígeno. Sencillamente, una educación sin valores no es educación.
La razón es muy sencilla. Al fin y al cabo, enseñamos a alumnos, no a sujetos, y los alumnos son seres, y los seres personifican valores espirituales. Por eso es delito matarlos, agredirlos, amenazarlos o discriminarlos. En la medida en que verdaderamente educamos, trabajamos con valores auténticamente espirituales.
Cuando hablamos de educación sobre sexualidad humana en un Colegio Waldorf, debemos dejar claro qué valores (sin confundir valores con normas éticas o códigos de conducta) empleamos en nuestro modo de ver lo que constituye un ser humano. En este punto llegamos a una tercera formulación de las orientaciones relativas a un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana, ahora desde la perspectiva de la humanidad como seres espirituales, es decir, inmortales.
De modo que volvemos a plantearnos nuestras dos preguntas, una última vez, ahora desde el punto de vista del espíritu o del “yo”o “yo”eterno:
a) ¿Cuál es la finalidad o el resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana?
b) ¿Cuál será el método o enfoque para cumplir dicha finalidad?
a) Como en anteriores respuestas a esta pregunta, la finalidad de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es la salud, pero, ¿qué es la salud desde una perspectiva espiritual? En inglés los significados originales de los términos “salud” (health) y “ser completo” (wholeness) comparten ascendencia (del inglés antiguo hal), lo que ya indica un significado más profundo de la idea de salud que una simple ausencia de enfermedad o sensación de bienestar. Así pues, ¿qué significa ser completo? En lo que se refiere a la sexualidad, significa saber que uno mismo es un ser humano completo de cuerpo, alma y espíritu que abarca todos los rasgos humanos, tanto los masculinos como los femeninos. En este sentido, transcendimos la unilateralidad del sexo, que incluso en el mismo origen de la palabra “sexo” (secare, en latín) significa “cortar o dividir”.
Precisamente éste es el arquetipo de ser humano que Rudolf Steiner describe en su informe sobre desarrollo humano si incluimos tanto el aspecto físico como el metafísico. Tal y como ya se ha comentado, incluso en nuestros inicios psicológicos más tempranos somos mujer y hombre a la vez, y mientras que un género se desarrolla en el cuerpo físico o material, el otro se desarrolla en lo que él llama el cuerpo vital o cuerpo etérico. Así pues, desde el punto de vista de nuestra naturaleza sexual, somos (y permanecemos) seres humanos completos en la medida en que nos consideramos dotados tanto de cuerpos físicos como etéricos. Llegamos a la imagen unilateral del hombre o la mujer al centrarnos únicamente en un cuerpo en detrimento de otro. En efecto, según Steiner, una vez vamos más allá del cuerpo físico y el etérico y hablamos del alma humana (o cuerpo astral) y del yo (o “yo” eterno), tratamos aspectos del ser humano que en conjunto transcienden el género, aunque habiten en cuerpos físicos y etéricos de un género específico y, en consecuencia, están influenciados por los mismos.
En otras palabras, desde una perspectiva espiritual la finalidad o el resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es llegar a comprender el ser humano como un ser humano completo. Ello va más allá de abarcar ambos géneros en uno mismo: se trata de considerar la cuestión mucho más amplia del ser humano como microcosmo del macrocosmos entero.
Fue el médico israelí Aaron Antonowsky quien documentó la relación entre la imagen de ser completo y un estado de salud al estudiar los supervivientes del Holocausto y detectar diferencias significativas entre sus pacientes pese a haber soportado un sufrimiento parecido antes de emigrar al Próximo Oriente. A grandes rasgos, afirmaba que los pacientes que no eran capaces de integrar en ningún tipo de visión del mundo coherente los horrores que habían experimentado en la Alemania Nazi durante la guerra eran más proclives a sufrir una cadena inacabable de dolencias físicas y psicológicas que aquellos que habían encontrado una forma de aceptar en su universo, en su Weltanschauung, todo lo que les había acaecido. Antonowsky señaló la “coherencia” como la diferencia clave entre estos dos grupos de pacientes: los del segundo eran capaces de formular una visión del mundo coherente en la que cada una de sus experiencias, por horribles y trágicas que fueran, se integraba en un sentido de totalidad, mientras que los pacientes del primer grupo no eran capaces de lograr este sentido de coherencia vital. En resumen, en la medida que abrazamos nuestras circunstancias con un sentido de totalidad, o coherencia, más gozamos de una salud global.
Ello conlleva un acto sublime de conceptualización espiritual en el que intentamos concebir la idea de que somos agentes, co-creadores (no víctimas) de nuestras circunstancias y, al hacerlo, actuamos en total libertad.
b) En lo que se refiere al método mediante el que se puede cultivar ese sentido de totalidad, llegamos a lo que tal vez es uno de los remedios más sutiles y a la vez más potentes de cuantos puede ofrecernos la pedagogía Waldorf. Tiene que ver con el desarrollo de la capacidad de discernir la significación del cosmos y el lugar adecuado que uno ocupa en el mismo, lo que implica una especie de visión espiritual, o intuición. Se empieza cultivando un enfoque fenomenológico en el estudio de la ciencia o un enfoque sintomatológico en el estudio de las humanidades: estos enfoques comparten la capacidad de ver en cualquier parte un todo; en palabras del poeta, percibimos “un mundo en un grano de arena…”
Esta forma de conocimiento recibe varios nombres: pensamiento vivo o etérico, pensamiento ecológico o morfológico, pensamiento emblemático o metafórico. En cada caso, se intenta llevar los poderes cognitivos más allá de las limitaciones de construcciones espaciales preconcebidas hacia un contexto que fluya más fácilmente. En su esencia, se trata de una forma de pensamiento metamórfico, en el que nuestros pensamientos crecen con lo que vemos más que con lo que intentamos establecer o fijar. Ésta era la intención de Johann Wolfgang von Goethe, quien precisamente veía sus estudios científicos como algo que tenía un valor más perdurable que incluso sus mayores obras literarias porque, decía, en sus estudios de la naturaleza (especialmente plantas) apenas había descubierto hechos y acontecimientos pero había ejercitado una nueva forma de percibirlos. Cuando se le preguntaba cuál consideraba que era su obra más valiosa y creativa, dejaba de lado los tomos voluminosos de sus poemas y obras dramáticas poderosas (incluso las 12.000 líneas de la magna obra de su vida, Fausto) y en cambio señalaba un fino volumen con un título poco atractivo, La metamorfosis de las plantas.
Una forma de percibir los fenómenos y concebir pensamientos metamórfica por naturaleza: he aquí un método mediante el cual podemos empezar a experimentar el ser humano como un ser humano completo.
Esquema resumen
Si se considera un enfoque de tres capas para un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana, se pondrá de manifiesto que el primer nivel, el que tiene que ver con la salud del cuerpo físico, se centra principalmente en la volición, en los hechos. Así pues, no sorprende que a este nivel el llamamiento que se lanza a la voluntad humana sea, en términos instructivos, qué hacer. Ello construye una fortaleza física. El objetivo en este nivel es cuidar de uno mismo.
En el segundo nivel, que tiene que ver con el bienestar del alma, el centro de atención pasa de los hechos a la emoción; en última instancia al sentido sublime de Saelde. Aquí el llamamiento más bien tendrá como objetivo la vida del corazón humano a través de experiencias artísticas que inspiren: cómo te sientes. Ello crea fortaleza psicológica o coraje. El objetivo aquí es cuidar de uno mismo en relación con el propio entorno social.
Finalmente, en el tercer nivel, el que tiene que ver con la totalidad del espíritu, el centro de atención vuelve a cambiar y pasa de los sentimientos, por elevados y benditos que sean, al mundo de la cognición. Aquí se apelará más bien a la disciplina de la consciencia ecológica: cómo pensar en imágenes completas. Ello crea poderes de lucidez espiritual, o sabiduría. En este nivel, el objetivo es cuidar del otro.
Podemos resumir estas tres capas de la forma siguiente:
En el nivel físico, la finalidad de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es:
ofrecer protección y prevención con la finalidad de la salud física.
Se fomenta mediante información y consejos prácticos sobre los hábitos de voluntad.
Eso crea fuerza de voluntad.
Resultado deseado: cuidar de uno mismo.
Síntoma de éxito: crecimiento estable y predecible, sin actividad conceptual o metamórfica.
En el nivel psicológico, la finalidad de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es:
generar un sentido de bienestar o Saelde
Se fomenta a través de la práctica de las artes para mejorar la vida emocional.
Ello permite desarrollar coraje emocional.
Resultado deseado: cuidar las relaciones de uno con los demás.
Síntoma de éxito: saltos cualitativos inesperados en el desarrollo, avanzando hacia la metamorfosis y actividad conceptual.
En el nivel espiritual, la finalidad de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es:
desarrollar el sentido de completitud.
Se fomenta mediante la práctica del pensamiento vivo o morfológico.
Eso permite cultivar la sabiduría cognitiva.
Resultado deseado: cuidar del otro.
Síntoma de éxito: maduración impredecible, riqueza en actividad conceptual y metamórfica.
Para estar seguros, al diseñar un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana, es importante incorporar los tres niveles manteniéndolos por separado. Para el docente, eso se reduce a tres cuestiones básicas:
• ¿Qué necesitan mis alumnos para cultivar buenos hábitos de voluntad?
• ¿Qué necesitan para desarrollar expresiones artísticas de la emoción?
• ¿Qué necesitan para abrir ellos mismos ventanas a niveles superiores de cognición?
Dos preguntas para acabar
En cuestiones de sexualidad, la mayoría de los niños pequeños sólo tienen dos preguntas básicas para sus tutores adultos:
• “¿De dónde vengo?”
• “¿Cómo he llegado aquí?”
Como docentes y padres debemos saber desde cuál de los tres niveles (físico, psicológico o espiritual) formulan nuestros niños estas preguntas. Como adultos, podemos atenderlas con mayor facilidad como algo que surge del nivel material o físico, pero cuanto más pequeños son los niños, más probable es que se estén planteando estas preguntas desde el plano espiritual o metafísico.
Más concretamente, la primera de estas preguntas, “¿De dónde vengo?”, puede entenderse como una pregunta relativa a la concepción espiritual, es decir: de nuestros orígenes espirituales lejanos. El segundo —“¿Cómo he llegado aquí?”— se puede entender como una pregunta relativa a la metamorfosis espiritual, es decir: a un largo viaje prenatal de transformación metafísica. Como dijo un joven, en un momento de frustración inspirada cuando sus padres empezaron a responder la segunda pregunta con una lección básica de ginecología: “¡No quiero saber cómo salí de allí, quiero saber cómo llegue hasta aquí!” ¡Está claro que se trata de una pregunta de ontogenia metafísica, y no de anatomía física!
A medida que los niños van madurando, también maduran sus preguntas, van siendo más concretas, y nuestras respuestas deben ser más específicas. Pero no hay prisa. Al fin y al cabo, cabe recordar que antiguamente estos misterios se mantenían en el más estricto de los secretos y únicamente se revelaban bajo imágenes disfrazadas o en fábulas. Aún en el siglo pasado no se debatían abiertamente los secretos de la embriología y, desde luego, en general, no eran conocidos.
Con las maravillas de la tecnología moderna, somos capaces de ver en mundos que antes estaban reservados a unos pocos y a los muy sabios. En la medida en que enfocamos estos reinos con una mente clara y un corazón abierto, puede que discernimos a través de nuestros métodos modernos de investigación un apoyo empírico de una sabiduría atemporal antiguamente enmascarada tras la leyenda y la metáfora. Por ejemplo, cuando ahora observamos bajo el microscopio electrónico la interacción arremolinada de los gametos masculino y femenino durante las horas que culminan con la fertilización, en lo que en lenguaje empírico se conoce como “complejo de atracción pre-concepción” o PCAC en su acrónimo en inglés (lo que en lenguaje mitológico se hubiera llamado “danza de los ángeles”), ya no es empíricamente defendible hablar de que el esperma “penetra” el óvulo. En forma de imagen aumentada, podemos ver lo que la sabiduría antigua había descrito en una imagen velada, es decir, que la concepción no es una victoria aleatoria de la semilla masculina sobre el desventurado huevo femenino; más bien se trata de una conversación, una colaboración, la resolución de dos polos opuestos de seres vivos de crear (o no) un nuevo organismo único, al que llamamos cigoto (i). Aquí los eventos físicos son elevados al nivel de la parábola metafísica; la verdad eterna, la realidad ideal, se manifiesta a través de procesos efímeros, la realidad física de un organismo material.
Al llevar a nuestros alumnos suave y gradualmente, aunque con confianza y sin reparos, a apreciar y entender estos acontecimientos materiales y verdades transcendentes, les proporcionamos una educación que tanto puede satisfacer su necesidad de saber sobre su sexualidad como sus anhelos de conocerse a sí mismos como seres humanos completos y, en consecuencia, sanos. En palabras de un verso que Rudolf Steiner compartía con los jóvenes médicos a quienes formaba, antiguamente la educación era como
“. . . un proceso curativo,
que le aporta al niño, al madurar,
salud
para su vida como ser humano total, completo. (ii)
Así pues, cabría esperar que la educación de la juventud en cuestiones relativas a la sexualidad humana fuera igualmente curativa para ellos en el sentido de la completitud humana.
Douglas Gerwin, Doctor en Filosofía (Ph.D.), ha sido profesor de historia, literatura, alemán, música y ciencias naturales en aulas Waldorf de secundaria y bachillerato durante los últimos 35 años. Como Director del Centro de Antroposofía divide su tiempo entre la formación de adultos y de adolescentes, y también es mentor de escuelas Waldorf en toda Norteamérica. Ex alumno Waldorf, Douglas es el fundador del Programa de Formación de Profesores Waldorf de Secundaria y Bachillerato en el Centro, además de Director Ejecutivo del Instituto de Investigación para la Educación Waldorf. Es autor de muchos artículos sobre educación y antroposofía, además de editor de seis libros sobre la pedagogía Waldorf. Actualmente vive en Amherst, Massachusetts, con su esposa Connie, profesora de matemáticas de secundaria en una escuela Waldorf.
Traducido por Mercè Amat
Notas
i Véase una fascinante descripción de este complejo en el ensayo de Jaap van der Wal “Human Conception: How to Overcome Reproduction”, de la colección de ensayos del que proviene el presente artículo.
ii Rudolf Steiner, “Carta Circular a los Jóvenes Médicos”, 11 de marzo de 1924. Traducción libre. En el original alemán: “. . .Und Erziehen ward angesehen / Gleich dem Heilprozess, / Der dem Kinde mit dem Reifen / Die Gesundheit zugleich erbrachte / Fuer des Lebens vollendetes Menschensein.”