Mantener la televisión apagada la mayor parte del tiempo posible. Un autor recomienda evitar la televisión cuanto más posible durante los primeros 12 años de vida de su hijo y alentarlo siempre a leer el libro antes de ver la película. Cubrir la televisión con un pedazo de tela o guardarla en un gabinete cerrado o un closet ayuda mucho. Fuera del alcance, realmente ayuda al niño a olvidarse de la televisión (Large 1977). Recuerde que nuestras acciones sirven de ejemplo para nuestros hijos. No podemos pedir a nuestros hijos que no vean televisión si nosotros lo hacemos. Esto nos llevará a luchas de poder.
Cuando la televisión esté encendida, trate de minimizar el daño. Seleccione cuidadosamente los programas y véalos con su hijo para poder discutir lo que están viendo. Mantenga la luz encendida cuando estén viendo la televisión para minimizar los efectos dañinos para la visión y proveer diferentes fuentes de luz para los ojos. Trate de sentarse por lo menos 4 pies alejados de la televisión y 18 pulgadas de la computadora. Planee ir fuera (al parque, al bosque, a la playa) después de ver la televisión.
Lea muchos libros a sus hijos (especialmente los que tengan muchas imágenes) y cuénteles a sus hijos muchas historias. A los niños les gusta oír historias sobre nuestra vida cuando éramos pequeños o historias inventadas. La hora de acostarles o ir en el carro ofrecen buenas oportunidades para contar historias. Contar historias a nuestros niños ayuda a estimular su habilidad de crear imágenes internas.
¡Naturaleza, naturaleza, naturaleza! La naturaleza es la gran maestra de la paciencia, la gratificación retrasada, la reverencia, el asombro y la observación. Los colores son espectaculares y estimulan todos los sentidos. Actualmente, muchos niños piensan que estar en la naturaleza es aburrido ya que están acostumbrados a las imágenes de la televisión, de ritmo rápido y llenas de acción (Poplawski 1998). Sólo aprendemos verdaderamente cuando todos nuestros sentidos están involucrados y cuando la información se nos presenta de un modo que nuestro cerebro superior la pueda absorber. Naturaleza es realidad mientras que televisión es una realidad falsa.
Preste especial atención a sus sentidos y a los de su hijo. Nuestro entorno es ruidoso y sobreestimulante para los sentidos. Lo que un niño ve, escucha, oye, huele, gusta y toca es extremadamente importante para su desarrollo. Necesitamos rodear a nuestros hijos con lo que es bello, con lo que es bueno y con lo que es verdadero. Cómo un niño experimenta el mundo tiene una enorme influencia en cómo el niño percibe el mundo como adolescente y adulto.
Promueva en los niños el uso de sus manos, pies y todo el cuerpo con el propósito de realizar actividades útiles. Todas las actividades al aire libre como correr, saltar, trepar y saltar a la cuerda contribuyen al desarrollo de la motricidad gruesa y de la mielinización de las vías en el cerebro superior. La práctica de tareas en el hogar como cocinar, hornear pan, tejer, carpintería, origami, juegos con hilo, juegos de dedos, rondas, pintar, dibujar y colorear ayudan al desarrollo de las habilidad de la motricidad fina y a la vez mielinizan las vías en el cerebro superior.
Finalmente, el futuro de nuestros niños y de nuestra sociedad es la protección y el desarrollo de las mentes, corazones y extremidades de nuestros hijos. Lo que estamos tratando de conseguir pensando en nuestros hijos queda bien resumido en este verso de William Blake del poema Augurios de inocencia.
Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.
Acerca de la autora: Susan R. Johnson, pediatra y miembro de la FAAP (Fellow of the American Academy of Pediatrics), se formó durante tres años en Pediatría del comportamiento y el desarrollo en la Universidad de California, en San Francisco, y se graduó en el Programa de Formación Waldorf en San Francisco, que está afiliado con el Rudolf Steiner College. Tiene una consulta privada en Pediatría del comportamiento y el desarrollo en Raphael House en Colfax, California.
Con el amable permiso de The Research Institute for Waldorf Education.
Traducido por José A Acosta