La perspectiva del cuerpo físico o mortal
a) Desde el punto de vista físico, la finalidad o resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana tiene, para expresarlo en términos sencillos, dos vertientes:
• prevenir embarazos
• evitar enfermedades sexuales
A nivel corporal, la finalidad de un programa así es, en efecto, negativa, a saber: la ausencia del cambio o metamorfosis y la ausencia de concepción. Visto de una forma positiva, podría decirse que la finalidad del programa es la salud sexual, aunque en el contexto de la medicina sexual occidental ello signifique poco más que la ausencia de enfermedad. (i)
Desde este punto de vista, podemos decir que se considerará que un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es “exitoso” en la medida que los jóvenes no contraen enfermedades sexuales y las chicas no tienen embarazos no deseados. En efecto, es así como se evalúan muchos programas de educación sexual: cuanto menor sea la incidencia de las enfermedades sexuales y el número de embarazos no deseados, más se considera que el programa ha logrado su finalidad o resultado esperado.
b) En cuanto al método o enfoque, un estudio rápido de los currículos sobre educación sexual publicados sugiere que los enfoques más habituales combinan
• información, que incluyen textos y gráficos
• consejos prácticos, que incluyen el suministro de anticonceptivos
El primer método está destinado a concienciar más a los jóvenes (capacidades de conciencia o pensamiento), el segundo al comportamiento de la persona joven (capacidades de acción o disposición).
No debería sorprender constatar que, por si solos, estos cursos tienen, en el mejor de los casos, un efecto limitado. Por un lado, el comportamiento sexual está profundamente ligado a nuestra vida de sentimientos, deseos y hábitos, y todos sabemos que estos niveles de nuestro ser difícilmente se alcanzan, y mucho menos se cambian, con una mera exposición a la información, y que pueden ser impenetrables incluso ante los consejos prácticos más persuasivos. Participamos en toda clase de actividades empujadas por gran cantidad de deseos (no solamente sexuales), pese a que podemos estar muy bien informados acerca de sus consecuencias y se nos puede haber dado (o, como dirían algunos adolescentes, podemos haber estado sujetos a) todo tipo de consejos prácticos. Es necesario algo más, mucho más.
Dicho de otra forma, en el enfoque de la educación sexual basada en la información y los consejos prácticos, lo que falta de forma evidente es la atención a las capacidades emotivas o sentimentales. Debe ser por eso por lo que tantos colegios encuentran que sus programas de educación sexual son inadecuados, tal vez incluso ineficaces. Al menos, eso es lo que nos dicen los alumnos. O bien prefieren que se les deje tranquilos, o tienen hambre de algo más. Están ansiosos por un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana que no trate simplemente el nivel corporal, sino también el psicológico y el espiritual, niveles a los que nos vamos referir a continuación.
La perspectiva psicológica o del alma
Algunos colegios públicos informan de que sus cursos de educación sexual parecen tener más éxito (de acuerdo con los criterios de evaluación descritos anteriormente) si los alumnos que participan en estos programas también participan en cursos de bienestar social y emocional. Si se concibe el desarrollo sexual desde una perspectiva más global, esta observación debería tener mucho sentido.
Aunque las respuestas puedan ser diferentes, las preguntas planteadas en el plano físico siguen siendo las mismas en el plano psicológico, a saber:
• a) ¿Cuál es la finalidad o resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana?
• b) ¿Cuál será el método o enfoque para cumplir dicha finalidad?
a) Como respuesta a la primera pregunta, sugeriría que, para tener éxito desde la perspectiva de la salud social y emocional, la finalidad o el resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar educación sexual debe cultivar en los alumnos sentido de autoestima, confianza, seguridad, empatía para con los demás, fiabilidad, confiabilidad y libertad ante el miedo y la ansiedad. Todos sabemos que la falta de uno de estos aspectos puede traducirse en un comportamiento de riesgo, lo que incluye actividades sexuales de riesgo. La temeridad, así como la agresividad, pueden ser los signos externos de un miedo profundo o auto-aversión. El chico de clase que acosa en el recreo puede muy bien ser el chico más asustado de todo el patio del colegio.
En resumen, desde una perspectiva psicológica o desde las necesidades del alma, la finalidad de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana es, por lo tanto, desarrollar la autoestima. Como éste es un término extremadamente manido, prefiero llamarlo de otra forma, recurriendo a una celebrada conversación entre San Francisco y uno de sus compañeros franciscanos, el hermano León. Se dice que estos dos monjes santos tenían dificultades para dar con una palabra que capturara el estado emocional de la “humillación persistente y [pese a ello] el mantenimiento del semblante, aceptando y soportando las tareas que la vida presenta. Para mantener la propia dignidad, la ecuanimidad y la paciencia y perseverar en la tranquilidad ante los ataques externos…”(ii).
Convinieron que este estado merecía ser llamado Saelde, un término difícil de reproducir en inglés o español pero que a veces se traduce como “alegría” o “dicha” o “bendición”. Es el estado que alcanza Parsifal al finalizar su búsqueda del Santo Grial. Es ese momento en el que, en plena modestia y certidumbre tranquila, uno siente su propia persistencia, incluso ante la amenaza o el peligro. Es el momento en que uno se siente, más que fuera de cualquier compulsión interior o coerción externa, puramente fuera de su propia libre iniciativa, “¡Sí, puedo hacerlo!” Emerson podría llamarlo “autosuficiencia”.
Propongo que se use el término Saelde para describir la finalidad o el resultado deseado de un programa sobre cómo enseñar educación sexual desde el punto de vista del alma. Es importante darse cuenta de que, como demuestra el ejemplo de Parsifal, este estado, lejos de implicar la ausencia de cambio o metamorfosis, de hecho, requiere un esfuerzo de metamorfosis interna. Como Parsifal, podemos venir al mundo llenos de alegría inocente de la infancia, “sin tener ni idea”. Como Parsifal, alguien podría decir que es preciso rebajar esta inocencia naif, destruirla, catabolizarla, de modo que pueda emerger transformada en autoestima, autoconfianza o Saelde. Ello conlleva un proceso de auto-transformación.
b) ¿Cuál sería el método o enfoque mediante el cual se emprendería la búsqueda que resulta en Saelde? Es bien conocido el valor del teatro y el juego de rol en los programas relativos a la autoestima. En un sentido más amplio, la práctica disciplinada de cualquiera de las artes contribuirá a alcanzar este estado de confianza del alma. Los maestros tutores pueden certificar el salto cualitativo en la madurez que manifiestan niños y niñas tras haber preparado e interpretado una obra en clase. Un bailarín o un gimnasta conoce la sensación de “¡Sí, puedo hacerlo!” que puede surgir tras una interpretación excepcional o una puntuación perfecta. Un pintor o un escultor conoce la sensación de lograr una cierta comunión con la pintura o la arcilla en aquel momento en que se libera el genio particular del medio y se pone al servicio de una mano habilidosa.
Por todo lo que dicen sobre independencia y rebeldía, los adolescentes sienten presiones sociales y emocionales enormes para responder a las expectativas de su grupo de iguales. Como en cualquier otra destreza, la habilidad de resistir a la presión del grupo y, en cambio, actuar según las propias convicciones debe aprenderse, y aprender requiere práctica. Las artes ofrecen tal vez la forma más potente que tiene un estudiante para practicar la habilidad de la autosuficiencia sin soportar todas sus consecuencias: al fin y al cabo, actuar en una obra es fingir y nadie castigará a un actor por hablar o actuar en el escenario según el guión. Fracasar dibujando un paisaje o caerse del caballo mientras se aprende a montarlo no supone fracaso o desgracia alguno. Siempre se puede pasar página o se puede volver a subirse al caballo. Empezar de nuevo.
Dicho así, aunque pueda resultar extraño, no se me ocurre una manera mejor de enseñar sexualidad humana a nivel del alma que la práctica regular y disciplinada de las artes. Todos sabemos que la práctica artística ayuda a calmar la agresividad y a prevenir la violencia (por ejemplo, en el seno de comunidades penitenciarias). Y es que la práctica artística crea confianza en uno mismo y la autoconfianza disipa los impulsos violentos o la temeridad desesperada. Lo mismo ocurre con la actividad sexual. Cabe recordar que, a nivel profundo, es posible que el “semental” agresivo o la “zorra” promiscua, sean tan inseguros como el “empollón” más raro o la “parada” más tímida. En la medida en que los adolescentes desarrollan ya no la fanfarronería de la arrogancia sino el lastre de la seguridad en sí mismos, encontrarán en ellos mismos la fuerza para actuar desde sus propias convicciones.
He aquí donde se halla el problema. ¿Cuáles son estas convicciones? ¿Son claras o coherentes o se han contrastado con la experiencia? Probablemente no. En otras palabras, no es suficiente desarrollar un sentido de autoconfianza. Al mismo tiempo, hay que trabajar para sacar en claro de qué está uno seguro de sí mismo. Dicho de otra forma, si bien desarrollar la seguridad en uno mismo, el Saelde en última instancia, constituye un aspecto necesario en cualquier programa relativo a la sexualidad humana, no es condición suficiente. Es necesario algo más, algo que tenga que ver con cuestiones relativas al sentido y la finalidad de la vida.
Y por eso creo que es necesario abordar la cuestión de un programa sobre cómo enseñar sexualidad humana no únicamente desde las perspectivas de la vida física saludable y la vida psicológica de seguridad en uno mismo, sino también desde una tercera perspectiva, a saber: la de la vida espiritual del alumno. Esto nos lleva a cuestiones que van más allá del comportamiento y de los sentimientos, a cuestiones de ideales a seguir; de lo que hacemos y lo que nos gusta (tal vez fugazmente) a lo que valoramos sólidamente.
Notas finales
i Al menos en las culturas occidentales contemporáneas, el embarazo se suele tratar como si de una lucha contra una enfermedad se tratara: realizamos test de diagnóstico, administramos medicamentos para eliminar síntomas y molestias, esterilizamos el entorno, damos preferencia a los procedimientos quirúrgicos (de ahí el número creciente de nacimientos por cesárea). La excepción más obvia a este enfoque del embarazo es el movimiento de los “nacimientos en casa”, que recurre al paradigma de la “enfermedad” solo en los casos de patología aguda o de amenaza para la vida.
ii Cf. Carta del 1 septiembre de 2009 de Hartwig Schiller a la Asociación Bund der Freien Waldorfschulen con motivo del 90º aniversario de la Pedagogía Waldorf. Reeditado en The Journal of the Pedagogical Section, Número 37 (Navidad de 2009).
Douglas Gerwin, Doctor en Filosofía (Ph.D.), ha sido profesor de historia, literatura, alemán, música y ciencias naturales en aulas Waldorf de secundaria y bachillerato durante los últimos 35 años. Como Director del Centro de Antroposofía divide su tiempo entre la formación de adultos y de adolescentes, y también es mentor de escuelas Waldorf en toda Norteamérica. Ex alumno Waldorf, Douglas es el fundador del Programa de Formación de Profesores Waldorf de Secundaria y Bachillerato en el Centro, además de Director Ejecutivo del Instituto de Investigación para la Educación Waldorf. Es autor de muchos artículos sobre educación y antroposofía, además de editor de seis libros sobre la pedagogía Waldorf. Actualmente vive en Amherst, Massachusetts, con su esposa Connie, profesora de matemáticas de secundaria en una escuela Waldorf.
Traducido por Mercè Amat