¿Qué hay que tener en cuenta a la hora de encarar una clase, un día, una época, como para que los niños se sientan impulsados a la propia actividad? Sólo un sentido artístico le permite al educador acompañar adecuadamente el desarrollo del niño, ya que ninguna sistemática es capaz de atender las necesidades de lo individual en su transformación. Sin esta cualidad artística, la pedagogía Waldorf necesariamente languidece como dogmatismo o sectarismo. En todo momento debo mirar tanto lo que ya se ha gestado como las potencialidades futuras. Capacidad perceptiva, sensibilidad, riqueza de ocurrencias y un sentido de la singularidad son, pues, las condiciones previas para el arte de educar. El respeto profundo frente a la libertad intrínseca al ser en desarrollo también conduce a prescindir de los métodos didácticos usuales, por ejemplo a prescindir de una aplicación precoz de elementos técnicos, que básicamente paralizan la voluntad de tener iniciativa propia y vida propia, induciendo a un consumo pasivo. Mucho más sensato es, por ejemplo, plantearse la pregunta: ¿Qué debo reforzar para que el niño, más tarde, pueda desempeñarse responsablemente con la computadora, en lugar de exponerlo lo más temprano posible a la misma? La actividad propia y la fantasía son mucho más fáciles de incentivar a través de lo exteriormente imperfecto, porque en el ser humano mismo radica la voluntad al perfeccionamiento. Eso rige para los juguetes al igual que para los cuadernos personalizados. A la inversa, el medio perfecto no deja espacio a la propia fantasía.
De todo lo expuesto surge que una escuela Waldorf sólo puede prosperar, si en su calidad de ámbito vital se inserta armónicamente en el ámbito local, social y cultural. Por principio no es una escuela normalizada, sino que despliega su vida a partir de una iniciativa individual, arribando a formas bien diferenciadas, tal como se refleja en los informes de los diversos países en la segunda parte de la presente publicación.
Publicado originalmente en: Waldorf-Pädagogik weltweit
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